David Spence
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Dentro de las estrategias de crecimiento de las empresas españolas, y concretamente de las bodegas españolas, cobra cada vez mayor importancia la inversión en los llamados intangibles. En ese sentido ha sido común en los últimos años la construcción de bodegas de autor cuyo objetivo no se limita a mejorar la capacidad productiva de las firmas, sino que que se extiende también a la creación de una imagen de marca potente. Así, el Grupo Faustino, de rancio abolengo en tierras alavesas y riojanas, decidió encargar a Norman Foster la construcción de las Bodegas Portia en la burgalesa Gumiel de Izán, en la Ribera del Duero, el primer proyecto de este tipo que afronta el estudio.
Los 12.500 metros cuadrados de la bodega se distribuyen en tres brazos de tres plantas de altura y parcialmente enterrados, y permiten producir un millón de botellas al año. El número de brazos se corresponde con tres amplios espacios de almacenamiento vinculados a las fases de elaboración del vino: fermentación en depósitos de acero, crianza en barricas de roble y envejecimiento en botellas. Por su parte, el núcleo central acoge los espacios de coordinación, así como aquellos destinados a la vertiente enoturística del complejo, que cuenta con tienda, sala de catas, auditorio y cafetería. Es también en este espacio central en el que comienza el proceso de producción, pues los tractores cargados con la uva llegan al nivel superior y la descargan en la tolva receptora para beneficiarse de la fuerza de la gravedad para exprimir el jugo.
El cromatismo del revestimiento de acero cortén entona con el rojo de la tierra castellana del entorno, y suscita reminiscencias de tonalidades del vino. Además produce un intenso contraste con el acero inoxidable de una fachada cuyas ondulaciones semejan tinas. Todo ello unido a las llamativas formas angulosas del conjunto contribuye a la creación de un potente reclamo simbólico de cara a la cercana autopista, por la que transitan diariamente miles de vehículos.
El ala en el que se encuentran los tanques está ventilado de forma natural para facilitar la expulsión del dióxido de carbono generado en la fermentación. Por su lado, las alas que almacenan barricas y botellas están incrustadas en la ladera del terreno a fin de aumentar la inercia térmica y reducir así las necesidades energéticas para mantener la temperatura óptima en el envejecimiento del vino. Los gruesos muros de contención de hormigón in situ de estas dos alas actúan en combinación con una estructura de elementos prefabricados de hormigón en el resto del complejo.
Fuente: Arquitectura Viva
Fotografías: David Spence